
Enamorándome de los viajes y la escritura
Lucía (@marialuciathomas), nueva integrante de la Comunidad El Nidal, nos comparte un relato muy lindo sobre las dos veces que se enamoró, y no de una persona!
Si ustedes también tienen una historia viajera para contar y quieren ser parte de nuestra Comunidad El Nidal pueden leer un poquito más acá.
Buenos días. O buenas tardes. O quizás también buenas noches.

Mi nombre es María Lucía Thomas, tengo 28 años y escribo. Escribo diariamente- trabajo en mi primera novela, con cuentos de ficción que salen en un portal online todas las semanas y con algunas otras cositas más poéticas que subo en mi cuenta de instagram- pero no siempre escribí. Y les cuento esto porque el viaje es lo que me llevo a encontrar esa forma de arte que ahora forma gran parte de mi vida.
¿Cómo me inicié en este mundo de vuelo y de aprendizaje?
Bueno, eso es lo que me gustaría dejar acá por escrito, en El Nidal, y tratar de ayudarlos a que se animen a volar ustedes también.
Desde chica viajé mucho con mis padres. Me tocaron padres inquietos, con ganas de conocer, recorrer y registrar momentos. Fuimos de camping a hotel, de hotel a cabañas, de cabañas a hosterías. Recorrimos provincias enteras de Argentina, algunas ciudades sueltas y repetimos lugares. Cuando crecí un poco, ya los viajes juntos se volvieron escasos, hasta que llegó un momento en que ya no fui más con ellos. Ahí comencé a viajar sola, a veces acompañada. Completé el norte argentino que me faltaba, y volví a visitar algunos lugares que ya conocía. Aún tengo pendientes.
Lo concreto es, de todas formas, que el gran giro en mi vida se dio a los catorce años durante un viaje de dos semanas a Nueva Zelanda. Jugaría hockey, dentro de un seleccionado intercolegial, contra equipos de aquel destino. Un viaje al otro lado del mundo, a un país al que llamaban el de la nube blanca y que se encontraba lejos de todo. Nervios.
Primer encuentro con Nueva Zelanda

Entonces, el primer destino: Nueva Zelanda (2007). Volé, sí, en avión, pero también de fiebre. De la ansiedad y la tensión me dieron anginas. De las que llegan para quedarse un rato. El vuelo, la turbulencia, las anginas… Sumado a eso, dos chicas del grupo que me apretaban las manos del “julepe” que tenían. ¿Por qué? ¡Yo no había pedido nada de eso! Pero cuando pisé terreno kiwi-con lágrimas en los ojos del malestar que sostenía-me enamoré por primera vez. Fuerte. A tal punto que cuando volvimos, las lágrimas siguieron por días, semanas incluso, pero esta vez de tristeza. Y cada año que pasaba, enojada con la vida misma, le decía a mi mamá: “Voy a volver, mamá. No me importa cómo, pero voy a volver” Ideas que uno tiene… o no.
Volver a esos lugares que nos hacen bien

Segundo destino: Nueva Zelanda (2014). Y si, volví. Con la famosa visa Working Holiday. ¡Bendita seas! Una visa de trabajo temporal que permite que te quedes en el país por un año, y a veces hasta más si aplicás para extenderla. Debo admitir, la estadía fue más áspera esta vez. Ya tenía veintidós, y no me iba tan algodonada. No me iba con tutores encargados, camas calientes y comida preparada. Ya no estaba todo resuelto. Estaba todo por resolverse; trabajo, vivienda, amigos, que si la plata me alcanza, que si no, que si extraño, que si no, que si me quedo, que si me voy. Y me quedé siete meses. No más. No pude completar la visa, volvía a estudiar. O eso quise creer. Había dejado la carrera de Biotecnología en “veremos” para retomarla a la vuelta… o no. Definitivamente fue un no. Y me arrepentí. Pero no de dejarla, si no de haber vuelto. Y lloré. Mucho. Y entonces me metí con los vinos, a estudiar otra vez. Cuando al final me recibí de Sommelier, acá en Buenos Aires, cuando terminó lo único que lograba ocupar mi cabeza la mayoría del tiempo, me vacié. ¿Y ahora, qué? Me pregunté. La sensación de haber abandonado a un país que no era el mío pero que se sentía más mío que el mío propio no se fue. Y cual manotazo de ahogado…
A probar un nuevo destino

Tercer destino: Mendoza, 2016. ¿Por qué Mendoza? Porque, eso. Manotazo de ahogado. Me fui a estudiar enología, mintiéndome a mí misma de que eso era lo que quería. A ponerle el pecho a las balas, me dije. También la deje a esa carrera. Y ahí, en Mendoza, me enamoré por segunda vez. Pero no del lugar, si no de las letras. Ahí me encontré con las palabras, las oraciones y los párrafos. Con los párrafos que de a poco se hicieron relatos y después se volvieron cuentos y hasta una novela. Y en esa novela encontré el viaje otra vez. Encontré un espacio adentro mío que se ve había estado buscando y no lograba encontrar.
Ahora, desde Buenos Aires nuevamente, solo pienso en la novela. En eso y en mi próximo destino.
Próximo destino: tengo un lugar en mente, pero eso es un secreto (pronto).
Sigan la brújula interna. Esa brújula que nunca se equivoca y que, aunque a veces pareciera que si, en realidad, esa piedrita en el camino forma parte también del aprendizaje y del crecimiento.
Muchas gracias Lucía por compartir tu historia con nosotros. No solo inspiradora, sino que nos muestra que podemos empezar una, y otra, y otra vez hasta encontrar eso que nos enamore, que nos llene el alma. Pueden seguir sus aventuras y sus textos en su Instagram @marialuciathomas.
Lucía también escribe para un portal de Nueva Zelanda llamado Latidos magazine. Pueden seguirlos en Instagram @latidos.magazine.
¿Ya sos parte de la Comunidad El Nidal? podes leer más acá.

Viajando con un niño con TGD
También te puede interesar

Working Holiday visa en Alemania
23 junio, 2020
10 lugares para visitar en Jamaica
20 julio, 2020